Una agenda turquesa para una nueva estrategia de desarrollo

Flavio Salazar Onfray
Profesor Titular
Universidad de Chile

Durante estos días de noviembre se lleva a cabo en Egipto la 27a Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022, COP27. Esta tiene por objeto concordar internacionalmente medidas de mitigación que frenen el aumento de las temperaturas globales producidas, en gran parte, por las emanaciones de CO2 y otros gases invernadero, productos del intensivo uso de combustibles fósiles. Chile participa activamente desde las primeras versiones y la actual administración ha definido, como uno de los ejes centrales de su gestión, una estrategia medioambiental que ha denominado Agenda Turquesa. El nombre no es casual. El color turquesa se produce por la combinación de los colores verde y azul, el verde se asocia con la biodiversidad y la conservación ecológica, en tanto el azul se identifica con la inmensidad de los océanos, los que cubren el 75% de la superficie del planeta. De esta forma se evoca la protección de dos de los más preciados patrimonios medioambientales a nivel global, indispensables en la mitigación del cambio climático y el desarrollo sostenible.

El aumento de las temperaturas en nuestro planeta y los fenómenos que conlleva, como el derretimiento de los glaciares y hielos polares, el aumento del nivel de los mares causante de inundaciones de enormes zonas costeras, la desertificación de vastos territorios y la desaparición de otros, amenaza incluso nuestra supervivencia como especie. Ya se han hecho evidentes impactos sociales como los movimientos migratorios de personas, nunca antes vistos por su envergadura, con la subsecuente pobreza, xenofobia y crisis políticas que amenazan la cohesión social y en definitiva la democracia.

A diferencia de otras crisis climáticas que han afectado a la humanidad, hoy la tecnología y la ciencia permiten que los seres humanos tomemos anticipadamente conocimiento de ellas, seamos conscientes de los potenciales efectos catastróficos y tengamos la capacidad de diseñar y emprender, utilizando la reflexión y la planificación, acciones de mitigación y adaptación. Los abordajes multidisciplinarios y multinacionales son imprescindibles dada la enorme complejidad del problema. Tenemos el desafío de avanzar en discusiones democráticas que incorporen en las soluciones la mayor cantidad de personas, especialmente de los países en vías de desarrollo, donde sus habitantes están pagando altos precios por los desajustes, sin siquiera haber gozado de todos los beneficios que ha aportado la industrialización.

Chile está entre estos países, y debe complementar su preocupación por el medioambiente con una agenda de desarrollo que permita superar las enormes brechas de desigualdad que afectan a gran parte de los chilenos. Nuestra extensa y larga geografía, nos da el privilegio de contar con los llamados “laboratorios naturales” que, con sus grandes extensiones oceánicas, nos otorgan ventajas comparativas impresionantes que pueden sumarse a las muchas capacidades, científicas, tecnológicas y empresariales de nuestro país y al marcado interés internacional por invertir, por ejemplo, en energías limpias o en estudios oceánicos. Lamentablemente la enorme fragmentación existente en infraestructura, logística, decisión política y distribución de recursos, conspira con las buenas intenciones.

Urge entonces que la Agenda Turquesa no sea solamente un eslogan. Ella debe plasmarse en una estrategia concreta que incluya la democratización de la ciencia y del conocimiento y no conformarse únicamente con la difusión científica, ni la divulgación. Por el contrario, se trata de incorporar la información, las capacidades de investigación y desarrollo locales a proyectos sustentables que beneficien a la mayor cantidad de personas posible. La descentralización, mediante la confianza y el apoyo a proyectos liderados por las universidades y gobiernos regionales y la articulación de grandes proyectos nacionales sustentados en la cooperación público-privada, pueden desatar fuerzas creativas que impulsen las capacidades del país. 

Una mirada de largo plazo resulta imprescindible. La clase política y las fuerzas del mercado no pueden permanecer enfocados solamente en la inmediatez, porque comprometen el derecho a la felicidad de las próximas generaciones.